Todos a una

La teoría está clara. Un equipo de trabajo es un conjunto de personas que aportan habilidades y debilidades, y persiguen un objetivo en común. Sin embargo en la práctica no queda tan claro.
En primer lugar hay que distinguir lo que es un grupo de un equipo de trabajo. En el primero, los individuos trabajan de manera independiente para alcanzar una meta global. Muy distinto es un equipo, donde la responsabilidad y liderazgo se definen de diferente forma. Los miembros de un equipo de trabajo posen habilidades y competencias que se complementan en beneficio de un objetivo común. Cada uno comparte su propio rol, su función dentro de la estructura de trabajo. Y por supuesto, el equipo sostiene la responsabilidad de sus miembros. Todos los individuos que lo componen deben mantener la armonía dentro del mismo. Cuando algún miembro rompe una de las normas que previamente han aprobado todos, son sus propios compañeros los primeros en tratar de restablecer de nuevo el orden. La diferencia con el grupo se establece en este punto: la responsabilidad es compartida en el equipo, mientras que en un grupo, ésta radica en cada individuo.
Un equipo resulta más compacto. En él cada miembro sabe perfectamente determinar la finalidad de su trabajo, ponerse los límites. Es cierto que tanto en un grupo como en un equipo debe aparecer la figura de un buen líder, sin embargo el papel de éste se define de forma distinta en cada caso. La función del líder dentro de un grupo de trabajo es la de organizar y establecer los objetivos individuales de cada componente del grupo. Él pone los límites y las necesidades que se deben cubrir. A diferencia con el líder de un equipo de trabajo, donde su papel se convierte más en la de ejemplo a seguir. Establece la cultura y el estilo que debe tomar el equipo, conforma cada uno de sus componentes para que se complementen en habilidades y debilidades, con el fin último de que ellos mismos sepan establecer estrategias en conjunto. En este caso, liderazgo, propiamente dicho, es compartido. Así pues, las acciones de los miembros están interrelacionadas y coordinadas. Todos se identifican con el equipo y entre sí, y utilizan más el “nosotros” que el “yo”.
En definitiva, un grupo produce productos que son la suma de aportaciones individuales, mientras que un equipo elaborar productos que son el resultado de un esfuerzo colectivo. Las cualidades de un equipo de trabajo se podrían resumir en tres: interdependencia, cuando se obtienen mejores resultados que un solo individuo por muy brillante que sea; responsabilidad individual, la cual se establece cuando cada uno es responsable de todo el conjunto del equipo – si uno falla, fallan todos -; y evaluación integral, cada integrante debe estar de acuerdo en los métodos y actitudes empleadas en el trabajo corporativo.
Definiciones y significados aclarados, se podrían establecer tres tipos de equipos que se dan realmente en la práctica, a partir de lo anteriormente expuesto.
El tipo ‘pseudo-equipo’ es el que se debe evitar a toda costa. Se caracteriza por el egoísmo puro y duro. En él no existe la sinergia, el aprendizaje, ni la suma de contribuciones. El resultados lo suele dar siempre un solo individuo. A la vez, que se da una gran dosis de competitividad entre los miembros, los cuales no tienen ningún interés por trabajar cooperativamente.
En un peldaño intermedio se sitúa el equipo tradicional, donde sus componentes quieren trabajar juntos pero no saben repartirse las tareas. No son capaces de ser autónomos. Todos ellos, suelen pensar que serán juzgados de manera individual, mientras que los más responsables se sienten explotados. Al final, cada individuo obtendría una mayor satisfacción si trabajara por su cuenta, de manera independiente.
El equipo de tipo cooperativo es el que al final mejor se adapta con una estructura óptima. Ante todo, los miembros que lo componen se sienten como un auténtico equipo. Comparten resultados, responsabilidad y objetivos. No importa quien haga la mejor labor, nadie se lleva las medallas por encima del resto. Todo lo contrario al egoísmo, en un equipo cooperativo, el esfuerzo y superación se realiza para no fallar y apoyar al compañero. Sólo así vendrá por sí solo el resultado esperado por todos.
Hoy día, el habitual es encontrarse con equipos cooperativos y también autónomos. Cada vez son más los entornos globales cuyas localizaciones geográficas no disponen de una estructura centralizada. En el momento de su elaboración hay que tener en cuenta su variedad cultural e idiomática, así como el establecimiento de una comunicación clara y una selección de individuos con experiencia en contextos cambiantes y dinámicos.
Una vez estudiada la fisionomía real de cada clase de equipo de trabajo, es preciso identificar sus puntos débiles y subsanar las posibles brechas que se interpongan en la consecución del objetivo común.
Uno de los informes que se han hecho sobre la importancia que suponen los conflictos dentro de los equipos de trabajo es el realizado por Miriam Benítez, Francisco J. Medina y Lourdes Munduate, del departamento de Psicología Social de la Universidad de Sevilla. En él se indica que los directivos y líderes de equipo dedican más del 20% de su tiempo a gestionar este tipo de conflictos y a buscar soluciones para prevenir o paliar sus efectos negativos.
Desde una postura más optimista, hay quien dice que las brechas que puedan existir en los equipos de trabajo no sólo son inevitables sino que además, son necesarias para ir superándose. Por el contrario, los más críticos consideran que la generación de conflictos traen consigo beneficios sólo en situaciones excepcionales, considerándolo más como una limitación que una ventaja.