¿Qué hacer si un miembro de tu equipo te decepciona?

«El precio del éxito es el trabajo duro, la dedicación total y la determinación de que ganemos o no, hayamos aplicado lo mejor de nosotros a la tarea que tenemos entre manos.» Vince Lombardi.
Decepción. Ya de por sí suena a burla, engaño y mucho desencanto. A nadie en este mundo le puede gustar decepcionar ni ser decepcionado. Supone una brecha en la confianza entre personas, una cualidad que se debe cuidar en todos los ámbitos ya sean laborales o personales. Cuando se decepciona se pierde esa oportunidad de haber creído y apostado en y por alguien.
Por ello, el que hizo el daño debe ser considerado y transmitir fortaleza y seguridad al que ha dañado. No poner más trabas al nubarrón que ya de por sí generó. Si hay dudas, deben desaparecer. El responsable de lo decepcionado es fundamental que no se justifique y asuma el error, pero no sólo quedarse ahí. Debe hacer todo lo posible por disipar la desconfianza creada.
El buen líder, todo esto lo apreciará y valorará. No es plato de buen gusto encontrarse con un miembro de tu equipo que no sólo no cumple con tus expectativas, sino que además su actitud es la contraria a la esperada.
Y es que el director de orquesta exige tanto para él como para los demás. Así pues, no es de extrañar que a muchos directivos les pille de improviso y no sepan cuál es la reacción adecuada para poner solución a la brecha generada.
En primer lugar, no alarmarse. Tómate unos minutos antes de entablar una conversación con él. En ella, es importante transmitir claramente qué es lo que se esperaba y los resultados finalmente obtenidos. Sin embargo, en esta fase clave, muchos líderes reaccionan de una manera errónea. Suelen descargar el enfado y transmiten negatividad e inseguridad en el ambiente de trabajo, lo que emborrona aún más el desastre.
Ante todo, evita frases como: “Que sea la última vez”, “¿Acaso no haces nada bien?”, “Para eso te pago”, “No lo entregues hasta que no lo hagas bien o Tienes suerte de trabajar aquí, en otros lados…”.
No es tanto buscar al culpable como encontrar la solución más adecuada. Y, sobre todo, evitar a toda costa una actitud violenta. Cabeza fría a la hora de pensar. «Una mente fría al servicio de un corazón caliente», dijo una vez el economista Paul Samuelson.
Todo para llegar a un fin: sumar y no restar. Se trata de reparar el daño, de buscar mejoras, por eso el buen líder deberá preguntarle qué pudo haber fallado. ¿Necesitaba algo que no estaba en su mano? ¿Cómo fue la comunicación en el equipo? ¿Hecho en falta algún factor que impidió ese engranaje? Cuestiones perfectamente aplicables también para el propio directivo. Con ellas, se generará una mayor confianza lo que ayudará al equipo en su conjunto y por consiguiente al resultado de su labor, que es en definitiva, para y por lo que se trabaja.