El cine te avisa de lo que te da pánico en la oficina

En la mayoría de las ocasiones cuando nos enfrentamos a un conflicto, sea cual sea su origen o carácter, terminamos hablando de miedo. ¿Cómo sería el mundo si no existiera esta palabra? Muy distinto, pero ni mucho menos mejor del que tenemos ahora. Incluso, se podría decir que terminaría siendo triste, desmotivador y aburrido. Todas las emociones son necesarias, y eso es algo que tenemos asumido.
El miedo es de las pocas sensaciones que se podrían aplicar a cualquier faceta de nuestra vida. No dista demasiado un tipo de miedo de otro, suelen radicar en un mismo origen. Se podría hasta decir que existe un miedo universal que engloba a todos. Y éste es el miedo a no ser felices. A partir de aquí los caminos se separan formando temores y barreras que nos impiden desarrollarnos como personas y profesionales.
Por eso, como ocurre en la vida, reflejamos esos miedos en la gran pantalla. El cine nos enseña sus mayores temores que son los que nosotros le reflejamos a él. Nos pasamos gran parte de nuestra vida trabajando, de modo que los miedos personales se podrían aplicar perfectamente a lo que nos enfrentamos en la oficina: miedo a no ser aceptado, miedo a no estar a la altura de las circunstancias, miedo a equivocarse, miedo a no cerrar un acuerdo, miedo a perder —o a no ganar,.. Un sinfín de lados oscuros muy semejantes a nuestra vida personal.
Esta vez proponemos una serie miedos que el séptimo arte nos enseña en cada una de sus películas. Los temores que esconde la gran pantalla en cada generación son los mismos que oculta cada rincón de la oficina.
Miedo a nosotros mismos. Si no confiamos en nuestra propia naturaleza, en nuestro propio criterio no daremos un solo paso con el que avancemos. Las filmografías están repletas de este tipo de temores. Miedo a encontrarse con el ‘yo’ que no me gusta. El cine juega con el doble papel del ser humano: uno sociable y ético, moldeable para adaptarse a la sociedad; pero otro rol dominado por nuestros instintos más ocultos. Vivimos en una sociedad que nos pide autocontrol, como lo hacen también los valores que forman las culturas de las empresas. Existen muchas situaciones a lo largo de nuestra carrera profesional que serían la excusa perfecta para enseñar nuestra parte más animal, pero que sin embargo resolvemos con un diálogo diplomático.
El cine lo expresa en El club de la lucha (1999) o La Misión (1986).
Miedo al final. El cine suele ser un gran experto reflejando este tipo de temor. Muchas veces lo hacer expresando su pánico al final del mundo. Suele ser un tema muy de actualidad que sale a relucir en cada debate sobre el cambio climático. Se trata de una de las mayores alarmas sociales. Por culpa del hombre o de la naturaleza en sí misma, ¿el mundo es susceptible de agotarse? ¿Lo es también el trabajo? Miedo al final es, sin duda, uno de los temores que más inducen a la reflexión. Desde una perspectiva laboral, nos puede dar pánico no salir elegidos de un proceso de selección, ser despedidos o simplemente rechazados. ¿Se termina todo aquí? No. Al final, Darwin nos pone a todos firme. Triunfa el que se adapta a los cambios, el que sabe cómo sacarles provecho, el que evoluciona.
El cine lo expresa en La carretera (2009) o en Bestias del sur salvaje (2012).
Miedo a la angustia del aislamiento. El ser humano está hecho para vivir en sociedad. Sólo es débil. Así de crudo. Por eso, cuando trabajamos en un equipo siempre tenemos escondido el temor a ser aceptados. Unos en mayor dosis que otros. Un tipo de temor que también relacionamos con las inseguridades que desprendemos de nosotros mismos. El Resplandor (1980) refleja a la perfección. ¿Qué ocurre cuando nos aislamos? Que somos susceptibles de exteriorizar nuestro lado más oscuro. Y quizás sea eso lo que más pánico nos dé. No nos aceptamos y terminamos por tenerle un miedo atroz a la soledad. Psicológicamente el estado de aislamiento puede minar a una persona hasta llevarla a la depresión o la psicosis en la que se inventan mundos paralelos.
El cine lo expresa en Cube (1997) o en El Resplandor (1980).
Miedo a la incivilizada muchedumbre. Cuando el individuo actúa según le dirige la gran masa, es mejor no fiarse demasiado. Muchas personas, de forma inconsciente, adoptan el papel del pensamiento único, y éste no es otro que el de la masa. Precisamente, el miedo a no ser aceptados provoca que terminemos opinemos como el resto. Y esto es gran virus para las empresas. ¿Cuántas reuniones malgastadas por en las que no se dice nada inteligente por el interés de la armonía general? La masa convierte al ser humano en irracional. Concepto que el cine aplica muy bien en forma de zombi: un individuo alienado que se mueve en manada y que carece de límites.
El cine lo expresa en 28 días después (2002) o La jauría humana (1966).
Miedo a lo diferente. Como personas de costumbres, en nuestra naturaleza está el vivir de la ratina. Otra cosa es que nos guste. Al ser humano le incomodan los cambios, cuya explicación podría estar en la pérdida de control. De modo que lo extraño nos provoca recelo y no es otra cosa que miedo a lo que no dominamos, a que nos cambie la estabilidad conseguida —ya sea para mejor o no. El cine más clásico solía representar este miedo en la figura del extranjero o extraterrestre. La gestión del cambio en muchas empresas es una asignatura pendiente. Esto sucede por ese temor a dar el paso a la transformación. Y como decía anteriormente Darwin, la clave está en la adaptación al cambio, que no es otra cosa que cambiar para adaptarnos.
El cine lo expresa en Abyss (1989) o Alien: el octavo pasajero (1979).