La realidad del ‘buen rollito tóxico’

«Políticamente correcto, es lo diplomático, lo conveniente para todos….» Son expresiones que potencian el buen rollito peligroso y superficial en algunas empresas.
Nadie dice que no se persiga un clima laboral saludable, formado por colaboradores contentos, satisfechos y que no generen conflictos de gravedad. De hecho, tener un buen amigo en el puesto habitual incrementa la satisfacción profesional en un 50 por ciento, según un estudio realizado por Gallup. Las conclusiones del mismo también llevaron a determinar que las personas que tienen un mejor amigo en el trabajo son siete veces más productivas y comprometidas con su puesto de trabajo.
Sin embargo, todo en esta vida tiene un punto intermedio, y precisamente para encontrarlo hay que saber gestionar el exceso de positividad. De hecho, con grandes dosis de afiliación, el clima laboral ya no es saludable sino tóxico. Es lo que podríamos llamar ambiente laboral buenista, gobernado por un liderazgo que no puede hacerle frente a los problemas y termina siendo un callejón sin salida para todos –buenos y malos.
En el momento que hay que formar equipo, algunos directivos solicitan personas que siempre pongan buena cara, no tengan discrepancias entre sí y que eviten a toda costa cualquier conflicto. Sin embargo, lo cierto es que esta concepción termina siendo muy perjudicial para la compañía. Y es que, este tipo de ambiente cargado de buenismo no muestra al líder la realidad de sus colaboradores, a la que se cubre con un tupido velo de hipocresía.
Por lo general, el origen del buen rollito tóxico comienza por una ausencia de comunicación entre los miembros del equipo y el líder del mismo. Además, si no existe un diálogo constructivo también promueve este ambiente. Se diría que es un buen rollito hipócrita. Los motivos por los que se dan estas situaciones pasan porque no existe la suficiente confianza real entre los líderes de equipo y sus colaboradores, entre los miembros, o simplemente porque se temen las consecuencias de ponerle remedio al problema. Y es que no saber plantear los conflictos afecta notoriamente al estado anímico del trabajador.
El exceso de simpatía puede provocar también una disminución de la productividad de empleados que tienen la capacidad de hacerlo mejor. Un motivo por el que se puede generar buenismo en la organización, es premiar a todo el mundo por igual. Un error que puede generar envidias y comparaciones negativas. Pero también, la excesiva permisividad de ciertos empleados puede ser un ejemplo a seguir por los demás, lo que al final se traduce como falta de respeto al jefe de equipo. Sin embargo, si el colaborador tiene claro su papel, la función que desempeña en el equipo, sus límites –previamente marcados por un buen líder– y está comprometido con su trabajo se perseguirá un buen rollito muy positivo, transparente y productivo.
En algunas culturas se tiende a evitar el problema. Pero lejos de pensar que es terrible para el rendimiento del empleado, lo cierto es que ayuda a sacarlo a luz cuanto antes para ponerle remedio. No significa que el conflicto no exista, sino que se cubre con una falsedad que puede ser más perjudicial –en la mayoría de los casos agrava el problema. De hecho, en reuniones que son demasiado cordiales y donde el buen rollito invade demasiado la sala, se llega a cuestionar si realmente la sesión ha sido productiva.
Una de las ventajas de la correcta gestión de conflictos –vitales para toda empresa que apueste por la innovación– es las generación de nuevas ideas que pueden resultar muy productivas para la compañía a propósito de la satisfacción del empleado.
Si nada se cuestiona, no hay progreso y es lo que suele suceder donde la extrema armonía y la paz relativa se apodera de las personas. Con el excesivo buen rollito se aplaude continuamente la comodidad de los miembros del equipo y se restan los estímulos para comprometerse con los resultados – ya sean estos desfavorables pero que pueden impulsar el éxito de la empresa.
Al final, todo se podría resumir a que se está tan a gusto contemplando la decoración de la zona de confort que no nos asomamos a nuevos parajes, ya sean estos motivos de discusión o salvavidas para todos.